24/10/17

Efectos del "yaísmo" Lo que nadie dice acerca de los cambios El querer todo ya atenta contra el proceso que implican las modificaciones profundas y genera frustración.

La vida nos regala oportunidades en las que podemos darnos cuenta de que portamos actitudes, comportamientos, ideales y creencias, que están limitándonos en nuestro bienestar. Una vez que lo vemos, ya sea porque nos percatamos de la molestia o porque tocamos fondo, podemos sentirnos
motivados a emprender un cambio. Se trate de hábitos poco saludables en la alimentación, ciertas emociones, reactividad, inseguridad, obsesiones, adicciones. Impulsados por un engranaje motivacional, llevamos a cabo ciertas modificaciones ante la primera oportunidad y nos sentimos de maravilla (“lo logre, ya está”). La segunda vez seguimos estupendos (“qué fácil es esto”). La tercera, a lo mejor cuesta un poco más o sale por la mitad, y la cuarta probablemente renunciamos dejándonos llevar por el viejo hábito, incluso repitiéndonos internamente (“sabía que no iba a poder”). Sucede que desde lo cultural, está arraigada, ofertada y demandada más que nunca la filosofía del “yaísmo”. Queremos todo ya y cinco minutos de espera se convierten en eternidad. Así es que empapados de ansiedad, nos retiramos de nuestro propósito, sin tolerar la frustración, mas aún, desestimándola como parte innata de un proceso de transformación. Mirá también Empoderamiento: qué es y cómo alcanzarlo Es cierto también que consumimos y co-creamos una cultura que tiende a la polarización. Lo que poco contribuye en los procesos de cambio. La polaridad se aleja del justo medio, y el justo medio es precisamente el camino del que nadie se libra en procesos de desarrollo personal. Existe un momento que resulta sumamente incómodo, aquel en el que sentimos que no somos lo que éramos y tampoco somos lo que seremos. Es una parte desértica, ya que necesitamos la certeza inmediata de saber quiénes somos y suele escasear la paciencia para buscar la comodidad dentro de cierta incomodidad. Tendemos a establecernos en uno u otro polo. Todo o nada. Blanco o negro. Perdiéndonos de los miles de millones de matices que va asumiendo la vida a medida que nos permitimos abrir la mente, los ojos y el corazón, que tantas veces cerramos con gran ahínco. Nos hacen creer “que somos esto o aquello”, nadie nos explica que en realidad vamos siendo. Vamos siendo día a día, con cada decisión y con cada elección que tomamos. Vamos siendo en cada acierto y en cada vuelta atrás. Ambas forman parte del camino evolutivo, un camino jamás lineal. Nadie nos advierte que los cambios pueden llevar años, y tal vez duren toda la vida, y que eso vale profundamente la pena. Nadie nos enseña que caernos es propio del aprendizaje y del crecer. Retroalimentamos un sistema en el que el error tiene mala prensa. Condenamos al que yerra, estigmatizándolo. Nos autocondenamos a nosotros mismos cuando erramos. Mirá también Darnos permiso para permanecer en lo oscuro Es así, que estos pequeños grandes factores contribuyen a mantenernos de “la misma forma”, intentando cambiar, intentando crecer, intentando salir de adicciones, intentando hacerlo ya, que funcione ya, ver los cambios ya. Y claro, sin obtener resultados en el corto plazo, creemos que no podemos y confundimos nuestra falta de persistencia y pasión con imposibilidad. Para cambiar es necesario aferrarse a una meta, apasionarse y tener en cuenta lo bien que nos sentiremos cuando lo logremos. Siempre sabiendo que nuestra meta marca la dirección, pero la vida es aquí y ahora. Es igualmente necesario saber que en el camino vamos a fallar, lo haremos muchísimas veces y está bien, se trata de aprender algo nuevo en cada uno de esos tropiezos, se trata asimismo de saber volver al camino, a los pensamientos, acciones y sentimientos que son congruentes con nuestra meta. Repetir, repetir y repetir. Si no repetimos lo nuevo, no lo aprendemos. Si no conectamos la nueva acción con una nueva sensación y no la memorizamos naturalizándola, no lograremos conectar el nuevo cableado neuronal. Las células nerviosas que se activan juntas, se conectan juntas, entonces si repetimos algo una y otra vez, esas células tienen una relación prolongada. La repetición de la nueva acción es fundamental para que el cambio se manifieste. Si no fortalecemos el nuevo músculo, será el músculo más entrenado, es decir el anterior, el que gane la pulseada. Muchas veces al intentar cambiar vemos que no es tan fácil y nos retiramos resignados. Ser consciente de que los efectos no serán inmediatos nos dará un marco para emprender un viaje en el que nos será de vital importancia prestar atención a cada día, en vez de estar pendientes del resultado. Disfrutar de cada paso dado en dirección a la meta, y poder escuchar con más frecuencia esa voz interior que susurra: “vos podés”. * Anna Fedullo es Terapeuta Transpersonal e Instructora de Meditación y Mindfulness. Forma parte del equipo de Comer despierto.