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8/5/24

LITERATURA- El chisme, ese gran patrimonio femenino



A veces, cuando me preguntan por qué soy escritora, respondo haciendo referencia a que era una gran lectora en mi infancia. En mi casa, por fortuna, había muchos libros. Estaba toda la colección del Readers Digest que compraba mi mamá, básicamente porque estaban encuadernados en gris y en naranja y hacían juego con los muebles del living. Cierta vez, cuando empecé a dar talleres de lectura, repetía ese axioma que dice que “de padres lectores, hijos lectores”. Hasta que mi papá me preguntó, muy serio: “Pero, entonces, ¿por qué vos sos lectora?”



Mis padres no eran lectores, y soy injusta con ellos al decirlo de esta manera. Porque mi padre se sabía de memoria un libraco de Derecho Romano que había estudiado para recibirse de abogado y solía repasar de arriba abajo un diccionario de sinónimos y etimologías.

Mi madre tampoco era lectora. Era, en cambio, una gran contadora de historias. En el formato en que vinieran: leyendas urbanas, chismes, noticias policiales. Hay dos macabras que me creí hasta bien entrados los veinte años: una, la del neurocirujano que quitó con la lengua la mosca que se posó en el cerebro de quien estaba operando; y la otra, la del feto fosilizado por décadas en el vientre de una mujer. Las mujeres de mi familia eran grandes contadoras de chismes, y por cierto, lo hacían con una eficacia que sorprenderían a cualquier narrador oral. Sabían cómo atraparte (“Le juré que no lo iba a contar a nadie, pero” o “Antes muerta que contarte lo que me reveló mengano, pero”), y ya una estaba atenta, y le iba la vida en escuchar esa historia. El chisme es un patrimonio femenino y hay que reivindicarlo, me gusta decir a las mujeres cuando doy talleres de literatura. Quien quiere escribir cuentos, debe saber contar chismes, porque es un cuento pero con final moral. El cuento y cualquier otro producto artístico, parte de una pregunta que se hace a sí mismo el autor. En general, esta pregunta no tiene respuesta, y el artista solo la transmite en calidad de premisa, de paradoja, de angustia, al receptor de su producto. El chisme tiene una respuesta clara y evidente: “Le pasó porque era una arrastrada, punto”.

A mí lo que más me gustaba era cuando mi abuela materna, mi madre y mi tía, se reunían en cónclave. Yo me quedaba cerca de la puerta de la cocina, y las oía. Mi abuela, que era semianalfabeta, suspiraba: “Ay, si yo supiera escribir, ¡la de historias que tendría para contar! No entrarían en un libro”, y mi tía que había dejado la secundaria por la mitad, gemía: “Si yo supiera escribir, hago un libro y se convierte en un best seller”. Así fue que yo, oyendo sus historias y el deseo de contarlas, me convertí en escritora. Pero, nobleza obliga, por sobre mi tesón o mi trabajo, yo soy la portadora de sus voces. Porque ellas hicieron que yo pudiera lo que ellas no, y me dieron el regalo más hermoso del mundo: saber contar historias. 






    Clarín 8 May 2024 Patricia Suárez Escritora