
tenía cuenta bancaria (y) Felipe no hizo un negocio, anunció, bautizó”. El Reino de Dios “es un don gratuito”, insistió, reconociendo que siempre existió la tentación de buscar en otra parte la fuerza de la Iglesia, cuando “nuestra fuerza es la gratuidad del Evangelio”. También llamó a no confundir “anuncio” con “proselitismo”. “La Iglesia, dijo citando a Benedicto XVI, no crece por proselitismo sino por atracción, (y ésta) viene del testimonio de aquellos que anuncian la gratuidad de la salvación”. Y los signos de que una persona, un “apóstol” vive en esta gratuidad son especialmente dos, explicó el Papa: uno, la pobreza, el testimonio de esta pobreza: “No tengo riquezas, mi riqueza es solamente el don que he recibido, Dios. (Y) esta pobreza nos salva de convertirnos en organizadores, en emprendedores. Se deben llevar adelante las obras de la Iglesia, y algunas son un poco complejas; pero (hay que hacerlo) con corazón de pobreza, no con corazón de inversores o de emprendedores, ¿no?”. “La Iglesia –reiteró- no es una ONG: es otra cosa, más importante, y nace de esta gratuidad. Recibida y anunciada”. El otro signo, dijo, es la “capacidad de alabanza: cuando un apóstol no vive esta gratuidad, pierde la capacidad de alabar al Señor, (…) la alabanza es una oración gratuita: no pedimos, sólo alabamos”. “Estos son los dos signos de que un apóstol vive esta gratuidad: la pobreza y la capacidad de alabar al Señor. Y cuando vemos apóstoles que quieren hacer una Iglesia rica y una Iglesia sin la gratuidad de la alabanza, la Iglesia envejece, se convierte en una oenegé, no tiene vida. Pidamos hoy al Señor la gracia de reconocer esta gratuidad (y) avanzar nosotros también en la predicación evangélica con esta gratuidad”, concluyó.