
De hecho, no guardamos memoria de nuestros tres o cuatro primeros años de vida. Los presuntos recuerdos de esa época son engañosos, según los neurocientíficos, y se deben a historias que nos cuentan posteriormente nuestros mayores y que integramos de tal forma que acabamos haciéndolas propias de forma inconsciente.
El sistema neurológico de los niños más pequeños no está completamente desarrollado, y la memoria no mejora hasta que las estructuras cerebrales implicadas –el hipocampo y la corteza frontal– no han alcanzado una maduración que les permite organizar las representaciones mentales del espacio y el tiempo en forma de mapas cognitivos que llamamos recuerdos.