La palabra “gollete” tiene dos sentidos principales, según la Real Academia Española. Por un lado, refiere a la parte superior de la garganta, donde se une con la cabeza; por otro, al cuello estrecho de ciertas vasijas, como botellas o garrafas. De estas definiciones nacen las imágenes que dan vida a la frase. Si un cuerpo carece de gollete, le falta la cabeza, y con ella, la capacidad de razonar. Si una botella no tiene gollete, está incompleta, imposible de tapar o sostener. En ambos casos, la idea es clara: algo que “no tiene gollete” no funciona, no tiene asidero, no se sostiene.
En Argentina y Uruguay, la expresión se usa coloquialmente para señalar que algo carece de sensatez o lógica. La RAE también recoge otras expresiones relacionadas, como “beber a gollete” en España, que equivale a beber directamente de la botella, o “estar hasta el gollete”, que puede aludir a estar harto, estancado o saciado. Pero en nuestro país, “no tiene gollete” brilla por su capacidad de condensar frustración y humor en pocas palabras.
Se dice que esta frase nació en Entre Ríos, desde donde se esparció como reguero de pólvora por el país, arraigándose en el habla popular. Su sonoridad, con esa palabra extraña y rotunda, le da un tono casi teatral, ideal para remarcar lo absurdo de una situación. Hoy, “no tiene gollete” es más que un dicho: es un guiño cultural, una forma de reírnos de lo que no entendemos y seguir adelante, con el ingenio intacto.