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16/9/25

Un estudio fascinante revela un dato inesperado. Los horarios de las comidas podrían influir en la longevidad

 


Durante más de 30 años, casi 3.000 adultos mayores fueron observados. Los resultados sorprenden. Retrasar el desayuno y la cena no es solo un hábito. Se vincula con la salud y la supervivencia.

Con la edad, las rutinas cambian. El desayuno y la cena se deslizan hacia horarios más tardíos. El almuerzo, en cambio, permanece firme. Es como un ancla cultural. Pero este desplazamiento no es trivial. Acorta la ventana diaria de alimentación. Y eso tiene consecuencias.

La salud marca el ritmo. Quienes desayunan tarde suelen enfrentar problemas. Fatiga, depresión, ansiedad o dolencias bucales. Incluso varias enfermedades juntas. El simple acto de comer más tarde refleja un cuerpo que lucha. Es un espejo de la salud.

La genética también juega su papel. Hay genes que inclinan a ser nocturno. Estas personas comen más tarde. Su ventana de alimentación es más corta. No es solo un capricho. Es la biología dictando el compás.

El estudio identificó dos grupos. Los que comen temprano y los que comen tarde. La diferencia no es solo de horarios. A diez años, los tempraneros vivían más. El 89,5 % seguía en pie. Los tardíos, solo el 86,7 %. El desayuno parece ser la clave. Comerlo tarde eleva el riesgo de mortalidad.

¿Por qué importa tanto? Desayunar tarde puede señalar pérdida de apetito. O dificultades para cocinar. También desajustes en los ritmos del cuerpo. Esto afecta la energía y el metabolismo. No es que el horario cause la muerte. Pero es una señal de alerta.

Este descubrimiento invita a reflexionar. Los horarios de las comidas no son solo rutina. Son un indicador de salud. Un desayuno temprano podría ser un aliado. Ayuda a mantener el cuerpo en sintonía. Promueve un envejecimiento saludable.

El estudio, publicado en Communications Medicine, no es perfecto. Se basa en datos autoinformados. Se centra en británicos. No prueba causas. Pero su mensaje resuena. La hora de comer es más que un detalle. Es un reflejo de cómo envejecemos. Un pequeño cambio, como desayunar antes, podría marcar la diferencia. ¡Cuidar el reloj de las comidas es cuidar la vida!