Los visitantes del Daspark que se alojan en las tuberías (recortadas en medidas confortables para uno y hasta dos huéspedes) descubren, para su sorpresa, que la simplicidad externa no se compadece con el lujo interior. La cama es doble, hay sitio donde guardar cosas, energía eléctrica, mantas y, por si se queda alguien más a pasar la noche, una bolsa de dormir de algodón. Naturalmente, cada caño carece de sanitario, duchas, minibar y cafetería. Pero a pocos metros de allí se encuentra un sector que provee todos estos servicios. Allí mismo, una blonda recepcionista gestiona las reservas online.
Fíjense si no la pegó don Strauss que ya no hay reservas hasta octubre. Y la guita le entra –perdón, pero este chascarrillo final es imposible de resistir– como por un tubo.