La historia es simple, pero no deja de ser curiosa: un perro se comió las bolas que encontró en la mesa de billar de la casa de sus amos sin que nadie se diera cuenta. Cuando los dueños de la mascota notaron un comportamiento extraño en el perro, lo llevaron al veterinario, quien realizó la radiografía y descubrió las bolas de billar en el estómago del animal.
Otras radiografías finalistas mostraban a un perro que se había tragado los dientes falsos de su amo, mientras que otro había ingerido una botella entera de pega