Almacén de ramos generales "La Paz"
Un frente pintado de amarillo con grandes letras verdes da cuenta de que se está en el almacén de ramos generales "La Paz". Para que no quede duda de su antigüedad, más abajo se lee "Casa fundada en 1859". "Dicen que en el país, si no es el único, hay muy pocos que nunca cerraron sus puertas. Fue cambiando de firma pero siempre siguió trabajando. En esa época no existía todavía Roque Pérez, pertenecía a Saladillo.
Esto era un almacén de paso porque en la zona no se vendía nada, así que fue algo muy importante", explica Julián Gómez, quien junto con su novia Gisela Márquez mantienen la tradición de un lugar, donde el adobe y los pisos gastados pronuncian sus años.
"Mi abuelo vino de España cuando tenía 13 años, llegó a un campito cerquita, una chacra, y luego fue empleado del almacén, y trabajó hasta poder alquilarlo. Y de ahí en más seguimos todos los Gómez", se enorgullece. Algunos aseguran que Juan Moreira pasó por aquí y que alrededor de la pulpería, que aún sigue de pie en los fondos del almacén, había un foso desde donde subía el agua de las napas para protegerse del ataque de los malones. Lo que no admite duda, es que el mismo Juan Manuel de Rosas firmó el permiso para que en 1832 se estableciera esa pulpería, "siempre que no fuera administrada por ningún salvaje e inmundo unitario". La fotocopia del permiso otorgado por el caudillo da fe de esto, y junto con otros tesoros forma parte de una especie de museo muy ecléctico. Un libro diario de 1900 se mezcla con un fonógrafo y un televisor de los años '60, ventosas, tazas antiguas, un álbum de fotos y hasta un viejo mueble de la estafeta que funcionaba allí.
Cuenta Julián que su padre fue uno de los que le inculcó que cuidase este almacén. "Él lo llevaba adentro. Nació y falleció acá. Y yo, como él, amo este lugar. Si no hacía algo relacionado al turismo y comidas, no iba a poder seguir. Y me partiría el alma cerrarlo", confiesa. Aunque con su hermana arrancaron las picadas de campo en 2010, luego dejaron de hacerlas. Hace un tiempo volvió a impulsarlas arreglando el salón. "Nos llevó tiempo porque estaba todo destruido, nunca se había hecho nada. Justo terminamos de reciclarlo, cuando surgió este circuito y nos encantó la idea de ser parte de él", asegura Julián, y agrega que "la gente busca tranquilidad, pero también busca ver las raíces, lo que eran nuestros antepasados".
Un frente pintado de amarillo con grandes letras verdes da cuenta de que se está en el almacén de ramos generales "La Paz". Para que no quede duda de su antigüedad, más abajo se lee "Casa fundada en 1859". "Dicen que en el país, si no es el único, hay muy pocos que nunca cerraron sus puertas. Fue cambiando de firma pero siempre siguió trabajando. En esa época no existía todavía Roque Pérez, pertenecía a Saladillo. Esto era un almacén de paso porque en la zona no se vendía nada, así que fue algo muy importante", explica Julián Gómez, quien junto con su novia Gisela Márquez mantienen la tradición de un lugar, donde el adobe y los pisos gastados pronuncian sus años.
"Mi abuelo vino de España cuando tenía 13 años, llegó a un campito cerquita, una chacra, y luego fue empleado del almacén, y trabajó hasta poder alquilarlo. Y de ahí en más seguimos todos los Gómez", se enorgullece. Algunos aseguran que Juan Moreira pasó por aquí y que alrededor de la pulpería, que aún sigue de pie en los fondos del almacén, había un foso desde donde subía el agua de las napas para protegerse del ataque de los malones. Lo que no admite duda, es que el mismo Juan Manuel de Rosas firmó el permiso para que en 1832 se estableciera esa pulpería, "siempre que no fuera administrada por ningún salvaje e inmundo unitario". La fotocopia del permiso otorgado por el caudillo da fe de esto, y junto con otros tesoros forma parte de una especie de museo muy ecléctico. Un libro diario de 1900 se mezcla con un fonógrafo y un televisor de los años '60, ventosas, tazas antiguas, un álbum de fotos y hasta un viejo mueble de la estafeta que funcionaba allí.
Cuenta Julián que su padre fue uno de los que le inculcó que cuidase este almacén. "Él lo llevaba adentro. Nació y falleció acá. Y yo, como él, amo este lugar. Si no hacía algo relacionado al turismo y comidas, no iba a poder seguir. Y me partiría el alma cerrarlo", confiesa. Aunque con su hermana arrancaron las picadas de campo en 2010, luego dejaron de hacerlas. Hace un tiempo volvió a impulsarlas arreglando el salón. "Nos llevó tiempo porque estaba todo destruido, nunca se había hecho nada. Justo terminamos de reciclarlo, cuando surgió este circuito y nos encantó la idea de ser parte de él", asegura Julián, y agrega que "la gente busca tranquilidad, pero también busca ver las raíces, lo que eran nuestros antepasados".