
Gracias a esta técnica, desde 2009, el acoso en las escuelas del país nórdico ha disminuido cerca del 80%. Este programa fue bautizado KiVa y ya fue implementado en 20 países de Europa. Ahora, instituciones de Argentina, Chile, Colombia y Perú, están empezando a emplearlo.
Este método, que fue desarrollado por la Universidad de Turku en el año 2007 con el apoyo del Ministerio de Educación, busca prevenir y afrontar el acoso en los colegios. Lo que lo diferencia con otras metodologías tradicionales, es que además de trabajar con las víctimas y los acosadores, incorpora a las personas que ven cómo acosan a otros, pero que se quedan calladas.
“Si bien a nadie le gusta ser partícipe de una situación donde se violenta a una persona, muchos chicos no saben qué hacer para salir del paso o cómo defender a la víctima”, explica Francisca Isasmendi, psicopedagoga y encargada del programa en el colegio Santa María de Salta.
KiVa consiste en varias clases que reciben los estudiantes de 7, 10 y 13 años para poder reconocer los tipos de bullying y mejorar la convivencia. Algunos de los tremas que tratan son el respeto, la empatía y la importancia de trabajar en grupo. También cuentan con material de apoyo para los profesores y autoridades.
Además, se trabaja mucho con el papel que tienen los observadores, ya que cuando toman conciencia del rol que tienen en esa situación, lo modifican y el agresor pierde su público. Y éste último, al no tener nadie que lo apoye, deja de agredir.
“El impacto del sistema se siente sobre todo en los acosadores, porque si cambian las actitudes de los demás, (acosar) ya no es tan divertido”, dice Tiina Mäkelä, directora del programa KiVa en un instituto de España.
Este programa además brinda reuniones y charlas con los padres y un buzón donde las víctimas y testigos pueden denunciar bajo el anonimato. De esta manera, aquellas personas que son víctimas de acoso, pueden sentirse escuchados.
Con respecto a cómo un método que fue creado en una cultura y sociedad tan diferente a la nuestra puede ser efectiva, Mäkelä responde: “Hay problemas básicos que son iguales en todos los países”, pero reconoce que acá se requiere mayor responsabilidad: “Los docentes aquí necesitan más apoyo que en Finlandia, porque ellos allí tienen más autonomía y más tiempo para preparar sus clases”.
Otro punto fundamental es el rol de la familia. “Muchas veces en América Latina, en vez de colaborar se busca a los culpables: la familia culpa a la escuela y viceversa. En vez de buscar culpables hay que buscar soluciones”, dice Tiina.
Por el momento, el programa KiVa fue empleado en el país en pocos colegios. En Argentina son las escuelas las que tienen que afrontar el costo para pagar la licencia (aunque todavía se desconoce el monto de la inversión).