
Gangwisch, de la Universidad estadounidense de Columbia, este sistema de regulación podría haberse desarrollado como "una estrategia para que los seres humanos almacenasen grasa durante el verano, cuando las noches son más cortas y la comida mas abundante, y preparar así el cuerpo para los meses de invierno". En consecuencia, al reducir las horas de sueño el organismo interpretaría que es hora de comenzar a almacenar grasa.
Más llamativa es la propuesta de la Universidad de Yale (EE UU) de incorporar un tercer elemento a la pareja sueño-hambre: el estrés. La base cerebral de esta relación se situaría en las neuronas sintetizadoras de orexina del hipotálamo, que al sobreestimularse por el estrés mental o ambiental del día a día pueden provocar insomnio y aumento del apetito. Su recomendación es muy clara: si padece insomnio y sobrepeso, combata el estrés antes de medicarse.
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