29/1/19

Entre poemas y estudios, Sor Juana Inés curó el antojo de embarazada de la virreina con su rico dulce de nuez.


Sor Juana Inés de la Cruz, nacida el 12 de noviembre de 1648 en un pueblo mexicano, es una de las figuras más representativas de habla hispana que logró superar las fronteras impuestas a las mujeres durante los tiempos de la colonia.

Tenía tres años cuando, viendo a su hermano estudiar, sintió el impulso de aprender y mintió a la maestra diciéndole que su madre ordenaba que le enseñasen también a ella. Al crecer y saber que había escuelas y universidades, quiso seguir una carrera.
Su crianza quedó a cargo del abuelo y su gran biblioteca, pero al morir éste, la enviaron a la capital, donde quedó al cuidado de una de sus hermanas, quien le permitió tomar clases de latín con un conocido bachiller.
Cuando tenía trece años fue a la corte como dama de compañía de la virreina, que era una mujer cultísima; pronto se supo que la dama admiraba su inteligencia, y el virrey llamó a cuarenta letrados de diversos temas para que le tomaran un examen: Juana los dejó sin argumentos.
Como mujer de temple, discutió con confesores, obispos y personajes de la corte, pues se sentía segura del valor de su talento.
Su espíritu inquieto le dio un sobresalto en 1690, cuando corrió por la ciudad un texto suyo sobre el sermón que diera, medio siglo atrás, el jesuita Antonio Vieira; el escrito llegó a manos del obispo quien, deslumbrado por el nivel del alegato, resolvió publicarlo, a pesar de que muchos contemporáneos no aceptaban que una mujer escribiera sobre teología.
Temiendo que Juana pecara de envanecimiento, el obispo agregó una carta que firmó como si fuera otra monja, en la que le reprochaba su interés “en el saber mundano”. La carta hizo que la aludida publicara su “Respuesta…”, sin saber con quién estaba discutiendo.
Juana ganó el respeto del obispo, quien la protegió de los que se alzaron contra ella, pues el religioso defendía el derecho de estudiar “para ignorar menos y para hallar a Dios.” En 1692, una plaga se abatió sobre Nueva España y atacó las cosechas, extendiendo el hambre sobre la población. Esta crisis llevó a Sor Juana a vender su fabulosa biblioteca y desprenderse de sus bienes para ayudar a los necesitados.
Imagino su tristeza al ver la celda sin libros ni mapas, sin instrumentos musicales ni aparatos científicos. Fue por entonces que se volvió más cálida y receptiva, y comenzó a cocinar: amaba la “dulcería de aldea”. Curó el antojo de embarazada de la virreina con el dulce de nuez, y cuando ésta partió y llegó otra condesa, ganó la voluntad de la nueva convidándole un “incomparable chocolate”, pues Juana, entre poemas y estudios, cocinaba alegremente con las esclavas del monasterio.
Pero a través de platos que nos hacen agua la boca, de su humor, tan lejos de intelectuales disquisiciones, comenta en sus escritos este menester tan grato que ha descubierto cocinando, y dice: “¿Qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina?”.
Sor Juana Inés murió el 17 de abril de 1695, durante la peste, asistiendo a sus compañeras. A través de siglos, pensadores y estudiosos escribieron sobre ella; entre otros, Octavio Paz en su ensayo Sor Juana Inés de la Cruz, o las trampas de la Fe.




Del saber mundano, por Cristina Bajo
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