14/1/19

HISTORIAS DE AMOR EN LA 106

Romina no era feliz, aunque tampoco se lo preguntaba demasiado. Enfrenar ciertas respuestas la sumía en una angustia casi insoportable, ¿qué sería de su vida si las cosas cambiaran? A pesar de su tristeza, no se sentía con el coraje suficiente como para lanzar un salto de fe hacia la incertidumbre.
Estaba cómoda, tampoco lo podía negar, y a su pareja le tenía algo de lástima. ¿O sería miedo? Él solía ponerse agresivo y ella lo aceptaba sin comprender en profundidad ese dolor que le causaba. "No asimilaba que la realidad era que jamás me sentía feliz. Solo disimulaba serlo para no poner triste a nuestra hijita", reflexiona hoy, a sus 32 años, largo tiempo después y con una nueva mirada ante la vida.

Pero dentro de aquella existencia, desde siempre había estado Pedro, ese amigo de su marido que conocía desde antes de casarse, hacía 18 años, y que ya desde aquel entonces y cada vez que lo veía, le provocaba una sensación extraña. "Pero yo rechazaba esa electricidad que surgía entre nosotros, esas miradas, esa química", recuerda Romina. "Aparte sentía que era alguien que tal vez solo le interesaba divertirse con las mujeres. No era para tomar en serio", continúa.
Matrimonios
Pero más allá de la innegable química de la primera juventud, los años habían pasado, Pedro había formado su familia y ella también. A lo largo del tiempo, y al ser su marido íntimo de Pedro, los cuatro comenzaron a coincidir con mayor frecuencia y las charlas y la conexión entre Romina y el amigo de su marido se intensificaron, aunque nunca con otra intención más que recibir una bocanada de aire puro, tan gratificante dentro de ese manto denso de infelicidad que crecía en el seno de su matrimonio.
Los días de Romina transcurrían grises, pero cuando lo veía sentía que algo diferente podía existir, algo especial, aunque se conformaba con esa pura ilusión que creía que no le estaba destinada.
Se enamoró del amigo de su marido y enfrentó los prejuicios para apostar a la felicidad
Sin embargo, el año 2007 traería un giro inesperado a sus vidas. "Por ciertas cosas del azar, fuimos vecinos durante unos meses, días en los cuales logré conocer su corazón lastimado y maltratado por su pareja de entonces. Algo que yo desconocía. También pude observarlo como padre y ese amor que le transmitía con su mirada a su hija. En ese período algo nuevo surgió entre nosotros, más allá de esa atracción negada: nos hicimos buenos amigos", cuenta Romina con emoción.
Pero el período de cercanía duró poco. Al finalizar aquel año, a su marido le ofrecieron un trabajo en el sur, así que partieron de la ciudad para irse a vivir a un pueblo. "Pero con Pedro jamás dejamos de hablarnos, siempre de lo cotidiano, de nuestros problemas y anhelos de vida", continúa.
Separaciones
Pedro finalmente no pudo más con su destrato matrimonial y se separó en el año 2008, mientras que Romina seguía sumida en sus miedos a los cambios y soportando su innegable infelicidad.
El tiempo pasó y llegó el año 2010 y con él, un camino de ida irreversible. "En uno de mis viajes a la ciudad nos encontramos para charlar, como los amigos que éramos a la distancia, pero mi corazón no dejaba de latir con fuerza. Su mirada fue penetrante durante toda la conversación. Nada sucedió, pero algo había cambiado. A partir de ese día, comenzaron los mensajes más cariñosos, más amorosos y otros más subidos de tono también. Así estuvimos por varios años. Ninguno se animaba a nada más: mi marido era su amigo", explica.
Siempre habían tenido una conexión especial.
2012 fue el año en el que Romina se separó. No fue por Pedro, fue por ella. Por ella y por su hija que por entonces tenía 6 años y con quien, con mucha dificultad, regresó a la ciudad para volver a empezar. Cuando dejó de negar el ámbito agresivo en el que vivía y abrió los ojos, supo que era algo que debería haber hecho mucho tiempo atrás. Pero eso ya no importaba, había tenido el coraje de animarse y eso era lo que valía.
"Fue en esos días en los que con Pedro logramos vernos con tranquilidad y locura. Salimos a escondidas casi un año. Hasta que en el 2014 nos juntamos con nuestras respectivas hijas y les contamos. Era mi mayor miedo y no fue sencillo, pero eso no nos separó. Nuestro amor era muy fuerte. Y de nuestra unión de amor nació Emilia, que logró ser el pilar más grande de la familia", revela.
Felicidad
Mirando hacia el pasado, Romina siente que desde el primer momento que vio a Pedro percibió una conexión que le llenó el alma, como si fuera alguien de su pasado. "Con él tenemos mucha química y comunicación. Sin verlo, puedo oler el aroma de su piel, mi cerebro y corazón lo captan, y siento que mi cara sonríe. Creo que eso es felicidad", afirma emocionada. "Después de tantos años soy feliz, somos una familia ensamblada. Él tiene su hija de 12 años, yo la mía que también tiene 12 años y juntos tenemos una pequeña de 3. Me animé a jugármela y dejar de pensar en el qué dirán. Porque ese es el prejuicio de los demás. Nuestros hijos solo quieren padres felices y eso les transmitimos. Y con Pedro aprendí que el amor es ir juntos de la mano, no uno delante y el otro atrás", concluye Romina con mirada serena y feliz.







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