El salón de la casa de la familia Altolaguirre fue el marco que de la historia de amor de Manuel (32) y María Josefa (16). Ocurrió en 1802, durante la recepción que organizó esta familia. Distinguidos vecinos concurrieron a la casona ubicada en el barrio de Santo Domingo. Juan José Castelli asistió con su primo Manuel Belgrano. También estaban los Arguibel, familia que tenía íntima amistad con los dueños de casa, y dos de los hermanos Ezcurra, Felipe y Pepa.
En cuanto al padre, Juan Ignacio de Ezcurra, formaba parte del grupo de comerciantes (junto con Sarratea, Cecilio Sánchez,
Escalada y Santa Coloma) con quienes el secretario del Consulado, Manuel Belgrano, debía lidiar todos los días.
Las versiones de la familia que han llegado a nuestros días aseguran que esa noche Manuel y Pepa bailaron un poco en la pista y muchísimo en sus cabezas. Isaías García Enciso, el mayor investigador de esta relación, recopiló información pintoresca. Por su poco disimulable estado de enamoramiento, Belgrano era blanco de bromas de Castelli y Sarratea.
Las llamas de aquella noche en lo de Altolaguirre se mantuvieron encendidas en los días posteriores. La pareja, que vivía a una cuadra y media de distancia, coincidía en las actividades sociales y no tardó en notarse en los círculos familiares el interés que despertaban el uno hacia el otro. Si bien, a doña Teresa Arguibel, madre de la señorita, el caballero le parecía que un buen partido no opinaba lo mismo su marido. Pepa encontró en Manuel al amor de su vida y en su padre, al principal opositor.
Estaba repitiéndose una historia que había tenido mucho ruido un año antes: el padre de Mariquita Sánchez, don Cecilio, había desoído los sentimientos de la joven y pretendió casarla con un primo (que tenía cincuenta años frente a los catorce de la dama). Pero Mariquita se rebeló y, luego de unos años y de una causa judicial, logró su sueño: casarse con Martín Thompson.
Josefa Ezcurra, la amante de Belgrano, murió a los 71 años
Hoy conocemos el final de la historia, que la Justicia falló a favor del amor, y Mariquita contrajo matrimonio con Martín. Sin embargo, en 1802, cuando Belgrano y Josefa se enamoraron, lo único que se sabía era que que el escándalo de la desobediencia a los padres había estado en boca de todos y también que la actitud de Mariquita había sido muy criticada en los círculos sociales de Buenos Aires.
Por ese motivo, Josefa prefirió callarse y asentir cuando don Juan Ignacio le comunicó que viajaría desde Pamplona, provincia de Navarra, un primo apenas tres años mayor que ella, el vasco Juan Esteban de Ezcurra, con quien debía contraer matrimonio.
Todo lo que habían ido construyendo Manuel y Josefa terminó haciéndose añicos con la imposición del novio foráneo.
El sábado 20 de agosto de 1803, en tiempos del virreinato de Joaquín del Pino, la iglesia Catedral recibió a María Josefa y Juan Esteban, ambos Ezcurra, quienes formalizaron su unión ante el altar. Dicho de manera cronológica: en 1802, Pepa se enamoró de Belgrano. En 1803, la casaron con el primo Juan Esteban.
La relación tuvo puntos suspensivos en 1810, cuando Juan Esteban resolvió regresar a España, disconforme con los acontecimientos revolucionarios. Josefa quedó en Buenos Aires. Y, de esta manera, se separaron de hecho. Ese era el método habitual. Uno lejos del otro. La institución matrimonial se mantenía, pero solo en la formalidad del título, ya que no había más convivencia.
Salteando páginas de glorias belgranianas, llegamos a los últimos días de febrero de 1812. El general recibió la orden de marchar al norte. Lo hizo de inmediato.
En cuanto a Josefa, el próximo dato concreto que se tiene es que durante la primera quincena de marzo viajó al norte del territorio. Sola o tal vez en compañía de un criado. ¿Cuántas mujeres abandonarían Buenos Aires para dirigirse a la frontera en donde la guerra no era un comentario de tertulias, sino un ejercicio cotidiano?
Según García Enciso, el viaje le demandó cuarenta días. A fines de abril, en San Salvador de Jujuy, se encontró la pareja. Manuel y Josefa compartieron ocho meses en los que tuvieron lugar tres acontecimientos que quedaron grabados en los anales de la Patria: la bendición de la bandera argentina en San Salvador de Jujuy (el 25 de Mayo) el Éxodo Jujeño (iniciado el 23 de agosto) y la Batalla de Tucumán (24 de septiembre).
En Tucumán, a comienzos de enero de 1813, cuando el Ejército se alistaba para marchar rumbo al norte en persecución de los realistas, Manuel y Pepa se separaron, luego de ocho meses de amor y guerra. Él se dirigió a Salta, mientras que ella bajó a Santa Fe, con un embarazo de ocho semanas. Siete meses después, en la primerísima hora del 30 de julio de 1813, nació en Santa Fe un varón al que bautizaron con los nombres de Pedro Pablo. En los registros del bautismo, al margen del libro, se anotó su condición: huérfano, dando a entender que se desconocía el nombre del padre y el de la madre.
Luego de algunas semanas, Josefa y el huérfano viajaron a Buenos Aires. El niño pasó a vivir con un matrimonio recién constituido, el de Encarnación Ezcurra y Juan Manuel de Rosas. Por lo tanto, los tíos se convirtieron en sus padres y la madre pasó a ser la tía. Asimismo, tuvo dos hermanos que, en realidad, eran sus primos: Juan y Manuelita.
En 1834, cuando Pedro Pablo Rosas ya tenía 21 años, y enterado de quién había sido su padre, comenzó a presentarse como Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
Josefa, por su parte, fue una de las protagonistas del régimen rosista: a su casa sobre la actual calle Alsina, a pasos de la iglesia de San Ignacio, concurrían los jueves criados de todas las familias porteñas. La dueña de casa les ofrecía grandes tazas de chocolate o café con leche más algunas compensaciones monetarias. Los unitarios que evocaban aquel tiempo aseguraban que la matrona recibía información sobre lo que se conversaba en las tertulias de los opositores y todos los movimientos en esas casas.
Hay su vida hay un episodio poco difundido. En la noche del 2 de febrero de 1852, doce horas antes de que se iniciara la batalla de Caseros -en la que el general Urquiza vencería a Rosas y lo obligaría a emigrar- la cuñada del restaurador de las Leyes recibió la visita de su sobrina, Manuelita Rosas. Era una noche calurosa y tomaron sangría. Allí la tía se enteró de que su cuñado analizaba abandonar Buenos Aires. Las dos mujeres lloraron y Josefa tuvo un ataque de asma. Aquella noche de 1852 fue la última vez que Manuelita y su tía se vieron.
Josefa Ezcurra, la amante de Belgrano, murió el 6 de septiembre de 1856, a los 71 años de edad.
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