31/8/20

Cómo distinguir el "hambre emocional" del fisiológico y algunos consejos para controlarlo


 Por tanto, los alimentos ricos en este aminoácido actúan como antidepresivos naturales. Entonces, en este caso, optar por ingerir algún alimento rico en triptófano nos puede ayudar a estabilizar nuestra necesidad por comer de manera impulsiva Alimentos ricos en triptófano: carne (sobre todo pavo y pollo) y pescado azul (salmón, atún); huevos (sobre todo en la yema); lácteos bajos en grasa.; banana, ananá, palta, ciruela, berros, espinacas, betabel, zanahoria, apio, alfalfa, brócoli, dátiles; frutos secos (almendras, nueces, pistachos); chocolate amargo; cereales y granos enteros; semillas (ajonjolí, calabaza, girasol), legumbres (garbanzos, lentejas, habas, soja); levadura de cerveza y alga espirulina.
El deseo de comer puede estar influenciado por muchas causas, y la mayoría de estas no son fisiológicas sino emocionales. Nuestra alimentación y nuestras emociones se relacionan de una forma compleja que muchas veces no llegamos a comprender.

Para diferenciar: el hambre fisiológica llega de forma gradual mientras que el hambre emocional llega de forma repentina y necesita ser satisfecha de forma inmediata, generalmente con productos específicos y en general poco saludables, lo que suele devenir en sentimientos de culpa posteriores.
Muchas personas buscan canalizar emociones a través del acto de comer (pensando que tienen hambre). De esta manera, los atracones de comida se convierten en una herramienta fácil para aliviar a corto la tristeza, el estrés, la ansiedad o el aburrimiento, aunque a medio y largo plazo provocan un aumento de sentimientos negativos.
Comer de forma compulsiva puede traer muchos problemas de salud (mental y física), por lo que hay que buscar un equilibrio y encontrar otras actividades que ocupen nuestro tiempo, nos relajen y nos permitan evadirnos en momentos complicados.
Controlar la alimentación por emociones resulta fundamental para evitar caer en una dependencia que nos prive del auténtico placer que supone una buena alimentación. La comida solo es un alivio temporal a un problema, sentimiento o emoción que es mucho más profundo y que necesita ser resuelto de otra manera.
Cuando usamos la comida para calmar nuestro estado emocional estamos alimentándonos emocionalmente. De alguna manera la preocupación por nuestro peso y por nuestra figura enmascara preocupaciones aún más profundas. Esto se convierte en un círculo vicioso de preocupaciones que no se resuelven y que frenan nuestra capacidad de crecer y desarrollarnos.
Para establecer un equilibrio que no perjudique nuestra salud, debemos controlar la alimentación por emociones y al mismo tiempo, debemos permitirnos de vez en cuando comer por placer, disfrutando de una preparación sabrosa y cargada de emociones.
Para combatir el hambre emocional el primer paso es identificar, en el momento en el que nos da hambre, qué tipo es. Si es física, sin problema podemos racionalizar y elegir lo que mejor nos pueda nutrir y satisfacer. En cambio, si es emocional, es importante que detectemos qué sentimientos o emociones la han detonado y controlar nuestros impulsos para no consumir alimentos ricos en grasas o azúcares.
Uno de los aminoácidos esenciales más importantes es el triptófano. El triptófano es un aminoácido: precursor de los neurotransmisores serotonina, melatonina y de la vitamina B3. Un buen nivel de triptófano estabiliza las alteraciones del sistema nervioso (estrés, depresión o ansiedad, por ejemplo) y mejora tu nivel de energía. Además, favorece un sueño reparador gracias al estímulo de la melatonina, neurotransmisor que regula los ritmos circadianos y el descanso nocturno.
Por tanto, los alimentos ricos en este aminoácido actúan como antidepresivos naturales. Entonces, en este caso, optar por ingerir algún alimento rico en triptófano nos puede ayudar a estabilizar nuestra necesidad por comer de manera impulsiva Alimentos ricos en triptófano: carne (sobre todo pavo y pollo) y pescado azul (salmón, atún); huevos (sobre todo en la yema); lácteos bajos en grasa.; banana, ananá, palta, ciruela, berros, espinacas, betabel, zanahoria, apio, alfalfa, brócoli, dátiles; frutos secos (almendras, nueces, pistachos); chocolate amargo; cereales y granos enteros; semillas (ajonjolí, calabaza, girasol), legumbres (garbanzos, lentejas, habas, soja); levadura de cerveza y alga espirulina.