El Monte Everest, con sus 8.849 metros, es el pico más elevado de la Tierra, pero palidece ante el Olympus Mons marciano (22 km), la cima más alta del Sistema Solar. Esta paradoja surge porque Marte, más pequeño y con menor gravedad, permite formaciones volcánicas masivas sin la erosión intensa de nuestro planeta.
En la Tierra, las montañas enfrentan límites físicos. La corteza se deforma bajo presión: por encima de 5.000 metros, la roca actúa como un material plástico, hundiéndose lentamente por isostasia (equilibrio de "flotación" en el manto). Haakon Fossen, geólogo de la Universidad de Bergen, explica que el crecimiento rápido ocurre en los primeros 15-20 millones de años tras colisiones tectónicas, como la del Himalaya. Excepciones como el K2 resisten gracias a presiones tectónicas continuas.
Además, el agua —lluvia, nieve o hielo— acelera la erosión química, limitando alturas, según Rachel Headley de la BBC. Sin atmósfera húmeda, Marte evita esto.
Un supuesto estudio de Harvard de los 80s menciona un "potencial" de 45 km para el Everest, pero esto parece exagerado; modelos reales estiman 10-15 km como máximo teórico. Aun así, ilustra cómo la Tierra prioriza estabilidad sobre gigantismo.